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sábado, 14 de enero de 2012

¡MALDITA INOCENCIA!

Pido de antemano perdón, por ser un ciudadano que ha crecido en el convencimiento de que su posición en el mundo es la de un hombre libre que se encuentra socializado entre un grupo millonario de personas, en un territorio "soberano", que dirime su destino a tenor de su decisión  de instituir en este país un régimen democrático con el que abundar en esa soberanía del pueblo y tratar de conseguir una nación mejor para nuestros futuros ciudadanos, sean del orden que sean. Digo, que pido perdón por dos motivos esenciales, el primero por la equivocación en la que he vivido más de treinta años; el segundo es por ser tan necio como para instalarme en una inocencia tan cerrada en la que todo lo utópico que consideré como posible, viable, deseable y motivador, se vuelve una falacia, un sueño y una pesadilla cuando una agencia de calificación financiera fuerza a un gobierno a actuar  en el acto de modificación de una constitución sin participación de los ciudadanos, cuando una agencia de calificación exige a un presidente del gobierno que aborde una reforma laboral que  están negociando agentes sociales, que en una democracia son quienes  deben y tienen la potestad para acordar como regirnos. Perdón por ser iluso y no darme cuenta de que todo este trabajo paneuropeísta de hace unos años, era una falacia -vuelvo a utilizar el término- que confundió y engañó a los líderes europeos en la creación de un entorno supranacional que nos ayudara a mejorar nuestras economías. Los desmanes acontecidos en la democracia española, por desalmados que han hecho de la corrupción un trabajo bien remunerado, suponen la pérdida de soberanía, la pérdida de voluntad nacionalista y la pérdida de honor, a veces ni siquiera un honor consciente porque las nuevas generaciones, instaladas en ese juego de masas que se llama desde la época romana "pan e circensis" contribuyen a que no haya solución de continuidad a este problema que nos lleva a valorar la creación en la sombra de un nuevo orden mundial en que los ciudadanos (en plenitud de derechos) son totalmente prescindibles. Vuelvo a mi cita de Thomas Jeffersson en una entrada anterior en este blog para señalar que la humanidad se enfrenta al más cruento enemigo: un nuevo tipo de esclavitud. ¡Maldita inocencia!

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