Sí, existe un mal endémico en nuestro sistema
global: se llama sistema financiero, y es el que nos ha convertido en esta
suerte vergonzosa de ciudadanos de tercera integrados en castas y en un
globalizado mundo en donde el ser humano viene a sobrar. Las obras de la ciencia
ficción más aventuradas en las que se hablaba de situaciones de sometimiento
absoluto ante un poder anónimo y poderoso se quedan, poco menos que obsoletas
ante la crudeza de la realidad. Lo más extraño de todo es el anestésico que
se nos ha dado no sabemos en qué cantidad para que las personas, los ciudadanos
se vean a sí mismos como marionetas de una situación en la que nada pueden
hacer –y lo más temible de todo es que no tienen voluntad de hacer- una mínima
rabieta, y poco más. Rabieta en las redes sociales, rabieta incluso con los
amigos con los que uno tiene confianza y puede hablar de estas cosas porque
desconfiamos de todo el mundo –a quienes creemos infiltrados de no sé qué cosa,
partido o sociedad-. Es pura ficción la realidad que vivimos. Se ha conseguido
que un pensionista de tristes emolumentos vote al mismo partido que vota Rajoy,
o la marquesa presidenta de la comunidad de Madrid o la diletante alcaldesa de
la ciudad que le se ha conseguido que los ciudadanos se sientan poderosos
porque comen todos los días y algunos, no todos, pagan sus facturas a diario; se
ha conseguido que los trabajadores más pobres, afectos y sobre explotados por
empresarios sin escrúpulos, se sientan auténticos grandes de España –y
preocupante es comprobar como el panóptico de Bentham, convertido en sistema de
control social según Michael Foucault ha servido realmente para articular esta
estructura de castas que comprobamos como algo eficiente –castas a las que se
les informa según su atribución real en la sociedad. No debe recibir por tanto
la misma información un cabeza rapada del club Bilderberg, ejecutor de las
directrices que le venden los cuatro, cinco o tres cerebros privilegiados que se
han erigido en los auténticos dioses de una falacia llamada sociedad
democrática