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miércoles, 14 de noviembre de 2012

"L'Etat, c'est moi"

A medida que pasan las horas, transcurren entre noticias de todo tipo y chascarrillos varios, llega a mi retina la imagen de un niño de 10 años golpeado salvajemente, ésa es la imagen, y a no ser que después se anuncie algo diferente, tiene un responsable directo: que es el  Ministro del Interior de este país. ¿Qué consigna son las que este hombre ha dado a su policía para que sus más adeptos miembros sean capaces de una hazaña tan vergonzosa como cobarde? ¡Un niño de diez años! Estamos locos, hemos perdido el norte, y no digo que no fueran dolorosas las imágenes  de los  jóvenes vapuleados y golpeados en el 15-S, incluso aquellas imágenes tétricas de unos ancianos jubilados, probablemente, golpeados sin compasión por la policía ese mismo día.  Siempre he sabido que la férrea mano de la razón está con quien se cree poseedora de ella, es decir, alguien tan extremo en su carácter ético como un seguidor del Opus Dei, ya sabemos hasta donde son capaces de llegar cuando les asiste la razón del Dios y el  trabajo.



Y para colmo de los colmos encontramos a un crecido, sólo de boquilla, ministro Guindos diciendo (permítanme la exageración) algo así como "L'Etat, c'est moi". Todo ello mientras leo que los trabajadores de Telemadrid adelantan  la crónica grabada  36 horas antes por el señor Tertsch, de nombre Germann, como Monster, pero con otro apellido castizo madrileño que ya da por vivida a priori la huelga: poco efectiva para quienes la convocaron y dejaron de nuevo la marca España como una bacinica, de ésas que tanto adornarían el pasillo o el salón de   su hogar.

REFLEXIÓN "PIQUETERA"

Me interesa de una manera muy especial este desplome que vive el PSOE en un momento en el que no gobierna, o sí (podríamos decir que  la actitud teatral de sus decisiones y su vaguedad ideológica le hacen cómplice indirecto, cuando no directo -por algún sellado pacto secreto- de no incordiar en las decisiones de la derecha). Lo cierto es, que cuanto más desperfectos ocasiona el ejecutivo y sus "adláteres"  en el mal llamado estado del bienestar (pareciera una concesión gubernamental o una concesión de privilegios por parte de un estamento de poder) más críticas adversas, peores resultados recibe en las urnas y no digamos en las encuestas (que por cierto hay que leerlas con el papel de fumar humedecido para que se salve cualquier dato de los que ahí exponen y supone representan el sentir de los pobladores de España). Algún líder socialista  se planteará la cuestión  siguiente, con título de película incluida: "¡Qué he hecho yo para merecer esto!" Bien, sin ser un especialista en política nacional y sin ser especialista en nada puedo dar dos claves que me parecen fundamentales. La primera: la deriva ideológica a la que va el partido socialista ¿obrero? español después de conocerse su actitud servil con la banca (que por otra parte siempre se supo). En España sabemos que mandan realmente cuatro banqueros, capaces de conseguir que instancias judiciales perdonen sus cuitas con la misma -justicia- o instancias gubernamentales por medio del indulto les liberan de cualquier "problemilla" que pueda manchar su historial como grandes de las finanzas españolas. No sé si Arturo Pérez Reverte vería  en la clase alta, alta, altísima, de los banqueros, cuando escribió Alatriste,  y pergeñó la imagen del  Conde-Duque de Olivares (la imagen recreada por un maestro de la escena como es Javier Cámara, capaz de dar el toque justo de pícaro, inteligente, ingenioso, codicioso, absurdo y socarrón que los banqueros representan) o de los mismos mercenarios -en el XXI- políticos, de mano diestra,  capaces de llevar su programa adelante, programa de enriquecimiento personal). Sea como sea, lo cierto es que los españoles no olvidan la traición y el PSOE ha traicionado a su electorado por activa y por pasiva desde aquel día mágico de 1982 (no todo fue malo, el principio más aplaudido del fin de unos ideales abocados al concepto obrero) pero hemos visto como la izquierda, el centro izquierda después y algo incomprensible y amorfo, últimamente,  se ha ido instalando en el partido socialista; creo que podría llamarse codicia, o llamarse de cualquier manera, da igual, porque el daño está hecho y es irreparable. La credibilidad en un partido que sistemáticamente ha traicionado a su electorado tiene un límite y, en estos momentos, contabilizamos los desafectos constantes que la población joven y adulta va sumando en una espiral de alejamiento que no les lleva precisamente al partido en el gobierno; no, ese desprecio cotidiano hacia unos políticos en los que se tuvo  fe más que en la Iglesia queda quebrantada de por vida y me alegraría por el bien de la democracia que su reacción fuera lo suficientemente radical como para poder sobrepasar una situación que a la larga se hará insostenible.

Decía que quería señalar al PS(-O)e como culpable máximo de lo que ocurre en este país y tengo que hacerlo sin que la derecha (casi extrema) que nos gobierna se sienta parapetada en estas palabras como una posible excusa para  señalar lo bien que lo hace, cosa que sería para mí más difícil de tragar que rueda de molino  (y llevo en digestión varias) y  señalaba, a mi juicio, siempre a mi juicio, que el desgaste no se debe a su labor de gobierno directamente, se debe a las traiciones constantes que se han hecho a un sector muy amplio de la población que prefiere siempre que la riqueza sea libre pero que las obligaciones con la hacienda también lo sean. No ha sido el caso español  donde, desde la más tierna infancia democrática los financieros y grandes empresarios se han vanagloriado de tener un gran afecto por la discusión política de la que han salido verdaderos vencedores, entre otros muchos, algunos que se llamaban socialistas hace unos años y que a pesar de una trayectoria más o menos importante en el mundo de la empresa se han convertido en tiranos de sus propios compañeros de profesión (sí, hablo del País y del señor Cebrián). Que la derecha se comporte de esta manera es normal, incluso es normal todo lo que nos está pasando porque son conscientes del gran negocio en millones de euros que supone la privatización de la sanidad, la educación y todo lo privatizable; lo saben porque llevan años con el "planning" hecho - acuérdense del "ya no necesitamos ocultar lo que pensamos" o la reforma laboral más despiadada de occidente, con los sueldos más bajos de occidente o las mil y una peripecia que ha supuesto comprobar cómo los listados de banqueros/consejeros y PP eran una misma lista en bienes gananciales o en sociedades monetarias dentro de una complicada trama de familiaridad más que sospechosa- . Bien, todo claro cuando vemos la manipulación que ejercen sobre los medios de comunicación que poseen pero el mundo de la democracia de mercado es lo que es, un constante reducir los derechos de todo tipo con el propio beneplácito de los votantes (muy nublados de ideas y comprensión, por desgracia) que  ejercen su derecho con la sensación de hacer algo con lo que soñaron (muchos de ellos) en cuarenta años de dictadura, otros tantos en el devenir del proceso de incorporación a Europa como una salvación y una unión que nos llevaría a ser eficaces en nuestras políticas valedoras de los derechos humanos y todo eso que ahora queda en los papeles y las sentencias pero que los  financieros y los bancos se han encargado de destruir al ritmo de 450.000 familias sin hogar al año, con el beneplácito de los legisladores: P+P+ y P(S-O)e.  Otras consideraciones quedan en el tintero como el Estado de las Autonomías, la vergüenza y el cinismo de convertir en unos lugares leyes que no lo son en otros y sustentos que son privativos de unos cuantos, sólo de unos cuantos, como premio al desmantelamiento democrático  que han sabido hacer tan organizadamente. El pueblo, (España, camisa blanca de mi esperanza, que decía la canción y Blas de Otero) está confundido, dolido, herido de muerte y sin capacidad de reacción: poderoso caballero es don dinero, pero mucho más poderoso es el miedo al que tantas veces ha hecho referencia Sampedro.

lunes, 12 de noviembre de 2012

PRECISIÓN SEMÁNTICA Y FILOLÓGICA EN LAS TERTULIAS.

Reconocer que un micrófono transforma las habilidades de personas transmisoras de  imagen apocada -visualmente-, pero agresiva y segura de sí mismas en las ondas, incluso una imagen simpática, al antiguo y viejo estilo de los tertulianos de casino que mostraban sus excelencias intelectuales siempre entremezcladas con las píldoras del gracejo de macho alfa -que se siente muy superior a los demás- no puede sorprendernos lo más mínimo, o sí. La capacidad de sorpresa es gratuíta y uno puede asombrarse cuanto quiera. Sabemos que unos amigos, hombres, unidos  por la heterodoxia más ancestral de la educación preconciliar, pre-wertiana, son capaces de casi cualquier cosa si todos se hacen eco del pensamiento único exhibido en algunas emisoras de radio, capaces incluso de minar la seguridad de quien cree estar avalado por las leyes que el Estado expone como conjunto de normas útiles para nuestra convivencia. No debería ser noticia, no es noticia, babear frases poco meditadas e hirientes para cualquier colectivo; no es noticia expresar las opiniones propias, incluso aunque contradigan la normativa vigente sobre cualquier ley referida a la libertad de prensa, de expresión o  la libertad de ser arrogante, impreciso, desvergonzado, irrespetuoso, cínico y muchos más adjetivos al referirse con gracejo, siempre de casino, (hago hincapié en ello) a que una ley avalada por el Tribunal Constitucional no fuera aprobada por un parlamento  soberano y ratificada por un tribunal competente para ello sino un capricho para  "dar porrrr culo". Dicho así cualquier otra apreciación semántica huelga. Es de recibo introducir en la tertulia -excepcionalmente moderada- que da igual si uno se casa con su burra, mula o una oveja, que es más "amanosa" (por cierto, la palabra no existe en la RAE pero la peculiaridad de la gracia merece que se introduzca en la charla) cuando se habla de la ratificación por parte del Tribunal Constitucional de convertir en plenamente "normal" el uso de la palabra matrimonio para todo tipo de uniones, independientemente de los sexos que las integren. Y se apostilla que el origen de la palabra -algún tertuliano no ha preparado bien el tema y no lo conoce sin la ayuda explicativa del más socarrón y gracioso (acepción quinta de la RAE), capaz de hacer chistes hasta del vuelo de algún ave- filológicamente tiene un significado que no se corresponde con la idea real de matrimonio en el siglo XX, entre otras cosas, porque nuestra sociedad es sociedad patrimonial  y no matrimonial pero la consideración democrática de valoración de ocho votos a dos no es valedera en ningún argumento -pobres "juececillos" de poca monta que me llevan la contraria a mí (el más gracioso de mi casa y de la tertulia con ese afán actoral de "gracioso" en la acepción seis de la RAE. En cualquier caso, sólo escucho una voz en concordancia, con el lugar en el que se encuentra, haciendo referencia a verdaderos juicios  ordenados y argüidos con precisión doctoral. Entre tanto y en ocho minutos y cuarenta segundos tengo que sentir la vergüenza de quien es de nuevo señalado por actitudes  más cercanas al fascismo franquista de hace cuarenta años que de la variedad ideológica supuesta en una democracia en el que el valor de la tolerancia debería estar por encima de cualquier mención que equipare el matrimonio homosexual, con casarse con una mula, burra o (amanosa) oveja y simpáticas gracias de casino en una tertulia radiofónica que se supone política y argumentativa. Como decía el filósofo Juan de Valencia: "Tá tó mú guapo".