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domingo, 17 de noviembre de 2013

MI PADRE HA MUERTO ¡VIVA MI PADRE!

La noche de san Juan de 1931 nacieron dos mellizos acompañados por ciertas algarabías republicanas y entre los gritos de una madre primeriza que pasó de la felicidad extrema a la tristeza de una pérdida inevitable: el mayor fallecía en unas horas por una asfixia que el médico y la partera no supieron parar ni evitar. El menor, Juan, como el día que vio su alumbramiento, se mantuvo fuerte y pertrechado en esta existencia por la que habría de caminar solo, caminar y hacerse a sí mismo, tan ajeno a los demás como querido por quienes tuvieron la suerte de conocerle íntimamente. Su nacimiento fue fruto de una relación que acabaría en matrimonio religioso de sus padres (obligados por las leyes  del régimen franquista) cuando él ya tenía 25 años. Su vida no es un camino de rosas, en absoluto, sus primeros años fueron los años en los que su abuela materna lo crió y le dio refugio en más de una trifulca familiar ocasionada por algún chato de vino y unos celos enfermizos entre sus padres que le marcaron tanto como las palizas que se vio obligado a contemplar cuando era niño, en el cuartel de la guardia civil de Torreagüera teniendo a su propio padre como protagonista: el pecado del padre fue ser sindicalista, la culpa del hijo, eso, ser hijo de un sindicalista. Tenía que mirar atentamente tantos golpes dieran a su padre las fascistas hordas franquistas para aprender qué no debía hacerse en ese régimen que inició una de las etapas más oscuras de la historia de este país. Mi padre con seis años trabajaba pisando barro en una tejera, sin más comida que la prestada "fiao" a Gregoria, su madre, mi abuela y mujer de armas tomar en todos los sentidos. Mi padre iba después de doce horas de trabajo a una escuela nocturna y aprendió cuanto pudo antes de tener que convertirse en el pilar económico de la familia, una familia humilde que salió adelante con mucho trabajo y arrojo de cada uno de sus miembros. A pesar de tener un aprendizaje básico, mi padre aprendió cuanto fue necesario para labrarse un porvenir. Entró, como su abuelo, a formar parte de la Renfe, de peón, a lo largo de los años conquistó todos los puestos que estaban a su alcance gracias a su inteligencia, honestidad personal y profesional, pasó a enganchador,  mozo de estación, guarda agujas, y por fin con cuarenta y cuatro años se convirtió por méritos propios y una larga oposición en factor de circulación, el máximo  a cuanto podía llegar con su nivel de estudios que era inexistente; sin embargo su actitud honesta y fiel  en más de cincuenta años de trabajo no ha sido suficiente para merecer medallas que otros sí tienen. Ha sido un hombre serio, reservado, muy reservado, pero también querido por sus compañeros, y si no muy popular porque su semblante de seriedad confundía a la gente, respetado por su cordialidad profesional. Todos tenemos una manera de ser con los demás y en el caso de mi padre siempre fue de cordial y amigable distanciamiento. Nos ha criado, con luces y sombras, pero con un sentido de la honestidad y de la ética muy preciso. En un alarde de autoritarismo, nos enseñó a mantenernos firmes en nuestras posturas y decisiones, no dogmáticos, pero sí convencidos de nuestros actos, compromisos y deseos, probablemente, a él, no le dieron tal oportunidad. Nos ha tratado con celo, a veces excesivo, pero siempre fruto de sus vivencias educacionales y su amor desmedido hacia su mujer e hijos. Tuvo siempre un alto pudor por todo y una sociopatía que a mí en concreto me ha contagiado, no como una desconfianza hacia las personas sino como una forma de exigir confianza por confianza. Juan Escolar fue siempre un tipo raro en una época en la que uno tenía que evitar serlo, jamás fue a misa, (salvo a despedir a algún amigo) nunca fue muy sociable entre conocidos, y sin embargo fue adorado por sus amigos, amigos que ha conservado a lo largo de sus ochenta y dos años de vida y que han llorado su muerte tan sinceramente como su esposa e hijos. Sus sobrinos han acudido con recuerdos, muchos, de atención, de cariño, de complicidad. Familias amigas se han desplazado con su corazón para despedir a un hombre raro, serio, cariñoso, tierno, entrañable y con mucho genio, todo hay que decirlo. Juan Escolar "el castaño" ha sido un hombre fruto de la época que le ha tocado vivir, con dos salvedades importantes, ha sido un hombre que ha sabido racionalizar algunas incongruencias personales y sobre todo ha sabido desde la humildad entender todo cuanto le ha deparado una vida tranquila y familiar. Él ha sido nuestro principal ejemplo, una guía imprescindible porque ha sabido cautivarnos por su sentido de la responsabilidad y del honor. Es muy probable que no hayamos estado a su altura los descendientes, pero desde luego siempre hemos seguido cuanto de bueno había en su comportamiento que ha sido  mucho. Ha sido muy buen hermano, muy buen hijo, muy buen marido, muy buen tío, muy buen padre, y sus amigos emitirán el juicio que crean conveniente. Sí hay algo que no ha sido nunca, una persona que se deje llevar por las opiniones fáciles y por actitudes serviles. Ha sido un hombre independiente, de esos que toma la libertad como un concepto real, del que hacer uso. Ha fallecido con tanto honor como vivió, y resueltas todas sus decisiones finales, con el deseo de ser disculpado si a alguien ofendió.  Mi padre ha sido, como todos los padres nuestra cara y nuestra cruz, aunque siempre nos hemos sentido muy orgullosos cuando alguien nos lo mencionaba con un cariño extraño, con una forma de conocerle que nos parecía cercana, tan cercana como aquella con la que nosotros hemos convivido. De su anecdotario estamos seguros que son muchos los recuerdos que quedan en la mente de sus allegados y conocidos. En la mía queda toda una vida de cariño, dolores ya rancios, y agradecimiento por todos sus desvelos y sacrificios, que han sido muchos, muchísimos y que quedan en la reserva de lo íntimo, en ese mundo de convivencia que ya no volverá a existir nunca más, sólo en el recuerdo. Él descansa donde nos pidió hacerlo y con la reserva suficiente para que nadie especule  sobre el dónde, el cómo o el por qué. Mi padre ha muerto ¡Viva mi padre! Tengo que pedir disculpas a multitud de amigos personales a quienes no he informado del deceso por propia voluntad, quería que su despedida fuera una despedida familiar, y sé que muchos que le han conocido tendrán cierto sabor amargo por mi imposición pero cuando uno actúa de una forma lo hace muy racionalmente, acompañado en exclusiva por sensaciones que conviven con él en el ámbito familiar. Juan Escolar ha sido un hombre único, para sus seres queridos y así será siempre para quienes le hemos admirado por encima de lo profesional. Juan Escolar ha sido un padre severo en ocasiones y condescendiente y cariñoso casi siempre, y si algo debemos perdonarle no tengan la menor duda que ha quedado perdonado, si algo nos debió perdonar perdonado ha quedado. La vida continúa, sin él y con su recuerdo permanente en nuestra memoria.  A pocas personas echaré de menos en esta vida como a mi padre y mira que soy de echar de menos a las personas que quiero. Por último quiero agradecer a la unidad de Ictus del hospital universitario Virgen de la Arrixaca un trato mucho más humano de lo que su excelente profesionalidad debiera tener como norma. También es forma de agradecer el servicio público y excelente en calidad que tiene nuestra seguridad social. La atención constante, el cariño demostrado y la amabilidad excepcional de todo el equipo no entra en su sueldo, eso es imposible de pagar. Gracias, porque sé que vuestro trato humano ha estado muy por encima de vuestra profesionalidad, y esta última nos ha sorprendido por su eficiencia y determinación. Es la mejor forma de agradecer a los profesionales su dedicación dentro de una sanidad pública de la que nos quieren privar los enemigos de todos. También  tengo una pregunta que jamás tendrá respuesta y es la siguiente: ¿en qué grado son responsables de ese ictus mortal quienes han sentenciado a su hijo a un futuro incierto, provocándole a él, a mi padre, un sufrimiento que no ha podido superar? Espero  que si así ha sido caiga sobre la conciencia del culpable y llene su vida de lágrimas, de igual manera que mi padre las ha dejado caer en soledad durante estos seis meses.

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