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sábado, 2 de noviembre de 2013

RECORDATORIO: ÁNGELES Y DEMONIOS

¿Dos Ángeles o dos demonios? No tengo la respuesta ni deseo saberla.
El trabajo no es cualquier cosa. Entiendo a las facciones religiosas que lo consideran imprescindible, aunque mi contacto con la religión sea puramente artístico, nada más. La radio da mucho de sí, mucho. Hay quien prefiere modelarse públicamente como una especie de estrella mediática que raras veces mantiene la honestidad necesaria para experimentar eso que se llama autonomía. Haberlas, haylas (por cierto muy buenas en su trabajo) pero son las menos, el número de falsas estrellas en el firmamento es casi casi proporcional al número de falsos alumbramientos vistos en el cielo -cada vez más difícil de contemplar-. Es como si todas esas estrellas fugaces que tanto nos gusta descubrir en mitad de la noche se hicieran omnipresentes no dejándonos apreciar el titilar de Polaris, Betelgeuze o Canis Majoris, u otras más insignificantes por su tamaño y más cercanas por familiaridad como las del cinturón de Orión o las Pléyades. El mundo mediático es parecido: hay estrellas que brillan sólo por el artificio de su roce contra un elemento extraño, contra elementos extraños en el universo, como puede ser una atmósfera adherida gravitatoriamente a un insignificante planeta de la Vía Láctea, hay otros que necesitan ser vistos en compañía de muchos para ser apreciado y de esta manera conseguir que el conjunto marque un resplandor visible a los ojos de quienes se fijan, a veces con largas vigilias y otras con infructuosas esperanzas. Existen otras muchas variables como en la matemática cuántica, y, por último, existen las estrellas, ésas que alumbran desde hace millones de años y lo seguirán haciendo durante miles de millones manifestando su poder sin llamar en exceso la atención, ocupadas de lo suyo, no de que las vean brillar. También es cierto que una estrella no solo brilla, emite radiaciones de todo tipo que no existen, ni existirán por naturaleza en las llamadas "estrellas fugaces" porque aunque así las llamemos, todos sabemos que no tienen de estrella nada, absolutamente nada. Sólo la confusión y el desconocimiento nos ha llevado a denominarlas así: un simple grano, como mucho un par de kilos de roca y polvo cósmico en combustión con nuestra atmósfera. La verdad es que no he mirado el significado etimológico de estrella (mea culpa) antes de escribir estas palabras, pero es que no quería realmente hablar de estrellas aunque me haya salido esta comparativa con la amistad, con la grandeza de espíritu de algunos, con la cercanía por empatía hacia alguien, o simplemente porque su inteligencia te recibe con una gratitud enorme. En eso siempre he sido afortunado. Nunca he pedido deseos a las estrellas fugaces porque siempre me ha parecido una pérdida de tiempo; sin embargo, sí que me ha gustado conocer por qué brillan las estrellas, por qué emiten su luz a gúgol(es) de kilómetros y cómo su luz llega siempre, llega con garantía de darse a conocer y descubrirnos una información valiosa y única, como las personas, a eso es a lo que iba. Por mucho que me gusten las estrellas (que me gustan) he de reconocer que me gustan más las personas, no todas, ni muchas, sólo aquellas que por algún motivo indescriptible e irrazonable te atraen sin más motivación que beneficiarte con su radiación (que nunca se sabe lo benévola o perniciosa que puede ser). A eso me refiero. Mi trayectoria en el mundo de la radio es como la de un cuerpo intergaláctico que se ha acercado a multitud de distintas estrellas/personas y ha conocido sin quemarse, sin fundirse con ellas, sin rozarlas siquiera, ese hermoso fenómeno que llamamos empatía y que aún está por descubrir totalmente.  Y es cierto que algunas las he admirado por su luz a pesar de detestar su mortífera radiación, igual que otras  me han seducido por su conjunto, por su aspecto, brillo, grandeza, composición y todas esas posibilidades analíticas que puede ofrecerte cuerpo de tal magnitud. En la radio, ha sido parecido: he sentido admiración profesional por hombres y mujeres que nunca me atrajeron personalmente, y no me he cansado de repetirles lo estimulante que era su trabajo para los demás; he sentido admiración profesional y personal por gente que ha demostrado una calidad humana (a mi parecer) extraordinaria; también he sentido mucho cariño por personas que no me aportaban nada en lo profesional y sin embargo eran encantadoras en lo personal; aunque a mí, lo que siempre se me ha dado bien es ignorar a quienes ni me aportaban ni me sugerían nada y más bien se convertían en una especie de parásito de los demás. Es mi carácter, nunca he sido diplomático, la falsedad diplomática me parece hermosa en quien la posee pero no en quien la representa. En esto soy un poco "platónico", no vale que quieras engañarme con una representación de ti mismo, en absoluto llegaré a aceptarte si no siento que tú eres tú y solamente tú, no una mímesis de aquello que tú quieres hacer ver en los demás.  Tal vez por eso sean tan pocos los amigos que han encajado en mi (escaso) universo personal como buena gente y buenos trabajadores. Vuelvo a decir que se trata de una cuestión empática que aún está por descubrir. Eso sí, hay grupos de personas por las que he sentido aversión, no sé si desprecio (es posible que ellas sintieran eso, aunque no estoy muy seguro de que sea ése el sentimiento que se corresponde de mi actitud hacia ellas). Gente que me ha decepcionado tanto que no he sido capaz de remontar eso que yo llamo la cuesta de la cortesía y que a pesar de mantener la educación, no me han permitido las entrañas, las ganas o aquello que sea, acercarme  con voluntad amistosa. Es más, en algunos intentos, no hipócritas por mi parte, siempre ha aparecido una especie de abismo incomprensible que nos ha separado aún más y (casi me atrevería a decir que mejor) de una forma permanente y definitiva. Hubo una vez que mi desconcierto ante una situación muy complicada, muy difícil, me llevó a echar mano a un muslo de una compañera (prometo por mi honor que sólo con la intención de transmitirle ánimo) y se tergiversó, vi odio en la mirada de la compañera de mi compañera y leí luego en algún lugar que odiaba que la tocaran. Es una de esas situaciones incomprensibles y cuya reacción de espontaneidad te llevan a cometer una falta contra alguien que no lo merece y, más, no siendo tu intención ésa ni por un instante. Es cierto que calculamos, por timidez, muy mal nuestras expresiones de dolor, peor que las de alegría. Es mi apreciación, al menos.  Igual que encuentras personas que te transportan con solo mirarlas, te llevan a una especie de extraño e incomprensible "nirvana" por el simple hecho de estar en su cercanía. Cuando eso me ha ocurrido y han sido muchas las veces, la sensación que se acumula en el alma es muy confusa, mucho, no conocer bien a qué naturaleza responde, qué es aquello que te hace sentir tal comodidad, por qué te encuentras bien con esa persona de una forma química. ¿Es una pregunta que tal vez no tenga respuesta? Soy más capaz de contestar a lo contrario que a la sensación de bienestar que pocas veces se convierte en otra cosa que eso y que sí genera una cierta preocupación en algunos por sentirse demasiado cómodos, confusamente cómodos. Recuerdo el día que conocí a un joven de mente privilegiada y cerebro brillante. Acercarme a él era un problema enorme porque siempre estaba en juego la pregunta que cualquier joven se puede hacer sobre las intenciones de un "señor mayor", es la pregunta más normal y clara del mundo. ¿Que quiere este tipo de mí? La respuesta no es tan clara sin romper algunos estereotipos. La gente teme, no se fía, no sé si es normal, porque yo mismo viví esas circunstancias con peor suerte, pero no entra en nuestros planes enfrentarnos a la honestidad, preferimos rechazar de lleno una amistad, antes que no comprender su utilidad, su idoneidad, su viabilidad. Acercarte a alguien por el mero hecho de sentirte cautivado por una capacidad intelectual única, u otra cualquiera, es siempre contraproducente por lo que decidí retirarme de mis intenciones, honestas, antes de causar cualquier daño o duda. Nadie tiene por qué sufrir tu síndrome de Peter Pan -me dije- ni tener un mal sueño siquiera. Otras, he tenido la sensación de tener un vínculo con alguien que poco o nada tiene que ver contigo y que, sin embargo, te atrapa por su especial jovialidad y probables deseos de romper una vida llena de monotonías variadas. Acercarse al fuego del intelecto es una de las grandes maravillas de nuestra evolución, empatizar, saber qué piensa antes de que se pronuncie es uno de los grandes placeres del ser humano, que alguien sea capaz de incendiar tu creatividad y que ese estímulo sea de ida y vuelta, es único. Por ello he puesto la fotografía de dos ángeles y dos demonios, uno de ellos falta porque es quien realiza la foto. Es el momento en el que uno siente que debe ensalzar la amistad, conocer al detalle esas sensaciones que quedan tras mucho tiempo de convivencia y el poso de sabiduría transmitido por una actitud diáfana ante quien te rodea. Es ésta una forma, no sé si un poco dudosa de agradecer aquello que te convierte en invulnerable cuando los problemas llegan y tienes que hacer frente a ellos con una fortaleza que no sabías que poseías. También es la forma de agradecer los mimos y cuidados de muchas personas que han sido más cercanas de lo que uno cree y han dejado mayor huella de lo que uno esperaba.

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