Translate

domingo, 3 de noviembre de 2013

RECORDATORIO: UNA AURORA QUE ILUMINA


¿Me matará por este atropello a la intimidad? No. Antepongo mis dos manos antes de pensar que pueda suceder. No tengo un día ni dos, como alguien solía señalar avalando mi (nefasta o supuesta) madurez. Ella es mi princesa. Lo elegí el día que la conocí. El día que supe que nos caíamos tan bien que no parábamos de reír, el día que la escuché absorto sin poder articular una palabra descubriendo no solo una imagen agradable también un cerebro poderoso y una energía sin límites. Sus espacios radiofónicos llevaban su propio nombre y me permitieron conocer mejor, mucho mejor, toda esa historia que más de una vez contaba en radio sobre las antorchas de la libertad, la historia de un sobrino de Freud y el proceso seguido por la conducción del colectivismo a través de las relaciones públicas (primero) y la publicidad después. Siempre he hecho referencia a un documental magnífico de Adam Curtis (The century of the self) que me ha obligado a  valorar mejor ese varapalo que ha conducido al ser humano colectivo a su proceder actual después de un análisis (aún no sé si certero) de las claves psicosociales del siglo XX, las políticas de control de masas y el  auténtico desfile de ideales sobre consumo que ha educado a los hombres y mujeres del siglo XXI. Mi "mantra" diario era decir que el marketing es manipulación, es conducción asesorada y medida por tus propias voliciones o deseos, y por una catarata de fantasías que irrumpe en una realidad tan atormentada como adornada y alienada ante algunos puntos básicos de la conducta humana, que de tan básicos son fácilmente controlables  por aquellas esferas de poder que pueden permitirse hacerlo; y en ello se fijó el mencionado sobrino de Freud: Eduard Barneys. El día que irrumpió en mi estudio de Radio con toda esa parafernalia de mujer extremadamente complicada a pesar de la sencillez que mostraba en todo, no tuve más remedio que alardear con los cuatro datos que había memorizado del documental de cuatro horas para obligarle a tomar una altura que ella ya poseía y que ha sabido administrar con una elegancia extrema y una puesta en escena única. Su cercanía, su voz determinante, siempre matizada por el más poderoso de sus órganos: el cerebro, blandían una espada de justicia e ideas  muy extrañas para mí que  nunca he lidiado con el mundo mercantil y siempre he pensado, más o menos, encubiertamente,  lo que antes dije: que el marketing era manipulación de ideas, manipulación de conductas y manipulación de personas. No obstante a lo largo de un buen montón de encuentros supe entender que si bien soy cabezón en mis apreciaciones de carácter ideológico también soy maleable en función de las enseñanzas magistrales que fue exponiendo en la radio semana tras semana  y que, perfectamente, me ayudó a entender aquello que ya consideraba un desmán y una especie de autarquía del dinero. Aún así, supo convencerme de un buen montón de asuntos: el primero es que sin valores éticos no existe el comercio, al menos no existe en un largo plazo porque el sistema  que pretende demolerlo en detrimento de unas relaciones de servidumbre bastante preocupantes sólo conseguiría su autodestrucción. Aprendí que existen multitud de formas de planificar un negocio y, ante todo, lo malos que somos en ello y lo buenos que podríamos llegar a ser si atendiéramos a la lógica, a la ética y al conocimiento empírico. Vamos, si conociéramos realmente el legado aristotélico.
Y era el ocio de nuestros encuentros aquello que  más valoraba porque aprendí que ése era el sistema perfecto de acotar el interés de los oyentes, comunicando no solo una serie de conocimientos, también buenos motivos para mantener la atención y sentirse cómplices de nuestro juego, aquél que jamás se nos fue de la manos pero que sí nos arrebataron con un trozo de cinta americana cubriendo nuestros labios y una patada de olvido en el trasero.


No hay comentarios:

Publicar un comentario