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miércoles, 3 de julio de 2013

Carta a mi enemigo -emulando (sálvense las distancias) al licenciado Cascales-.

Querido enemigo, ya sé que no puede usted parar la guerra porque está muy entretenido haciendo creer a los demás que es un gran profesional. Algo que sinceramente no cree nadie; ya, ni los  términos buena persona o tonto útil, le vienen al guante como hace unos años. Hoy es posible que experimente usted un cierto alivio al quedar como un héroe y un villano en esa dicotomía -bondad, maldad-  que ejercita el ser humano cada vez que toma una decisión injusta a sabiendas y que, probablemente, paliará con algún golpe de pecho de más o con un apretón de cilicio que le haga sentir mejor el dolor del arrepentimiento o, quien sabe si, lo echará al olvido con tanta facilidad como el resto de sumas  que lleva en su haber generoso.  Incluso es probable que tenga un coito extra por presentar unos resultados tan convenientes al debe de la cuenta corriente que le regalan a dedo  con sabia  decisión de ser el mejor elegido, por tibio. No parará la guerra porque un momento de reflexión le puede llevar a recordar  qué pensarían sus ascendentes y qué dirán de usted el día que le metan en el asilo de lujo, con una sonrisa, sus descendientes. Mejor así, siga en lo suyo, olvide rápido y sepa  que quien escribe estas letras, sin inmutarse, casi como siempre, se queda con la cabeza mucho más alta que antes sabiendo que ha podido ser  moneda de cambio o meta de su especulación durante unos minutos. El futuro es incierto, todos lo sabemos, pero tengo la certeza de que a mí me espera el mejor, sin sus cuitas por mi rendimiento profesional, por mis capacidades solapadas y desbordadas tantas veces como ha podido, para dejar claro ante los demás la clase de inmundicia que era...  -realmente- usted, no yo.  Lamento dejar de mirarle a los ojos para comprobar cuánta mierda es capaz de tragar en una especie de coprofagia eterna  y que le servirá para descubrir su auténtica cobardía, su falta de ingenio y su nula capacidad para la comunicación con los suyos y con los demás. Es dura esta aproximación a su perfil psicológico, enemigo mío, pero es la más endulzada que he podido realizar después de conocer sus vaguedades, sus inquinas ocultas, sus envidias evidentes y lo peor de todo el uso que de la amistad y el poder ha hecho en claro homenaje a quien no sabe mucho y pretende hacernos creer que está muy por encima de todos. Ha sido eficiente, eso sí, en su servilismo, en la actitud tendenciosa en su profesión y, claramente, ha ejercitado con honestidad aquello para lo que nació: ser un esclavo con cadenas que jamás mirará la vida con un mínimo de verdad porque su educación y su sometimiento le llevan a concebirla como una peste.  Enemigo mío, sepa usted que estaré muy tranquilo, y cuando alguien me lo nombre le diré: ¡Qué gran....  -evitando la última expresión, aquella que mejor le define- ...hijo de puta!

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