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sábado, 2 de noviembre de 2013

RECORDATORIO: EL DUELO DE TITANES

Sí, es posible que "ande" demasiado desocupado para visionar fotos antiguas, fotos del pasado cercano o lejano -según se mire- pero es bueno hacerlo, es una manera de recopilar sensaciones y recuerdos irrepetibles y retazos de memoria de entrañable solidez. En mis días de vino y rosas en la radio, he de reconocer que siempre fui un capullo con suerte, he tenido el honor de encontrar gente extraordinaria que ha dado muestras de su valor gratis y de que su valía necesitaba un empujón, o no, en algunos casos, aunque sí una cierta publicidad positiva y dejarles trabajar. Las medianías pueden callarme, negarme el trabajo por no ser de la misma "calaña", pueden sustraerme el derecho a expresar libremente actitudes y comportamientos no sectarios, pueden negarme el derecho a informar y entretener a los oyentes de radio, pero jamás podrán negarme el placer del disfrute pasado con verdaderos genios del medio, oscurecidos por una política periodística que todos sabemos cómo funciona en esta región, en donde vale más quien más parentescos acumula en sus cuatro apellidos. Es la realidad que conozco, y que nadie podrá refutar sin darme pie al uso de multitud de ejemplos concretos. El segundo grado de servidumbre establecido es el de connivencia política: dieciséis años dan mucho de sí para conocer específicamente quienes se acoplan a este sector con nombres y apellidos. Mientras, la valoración del esfuerzo, el trabajo, la excelencia profesional, siempre está en un tercer grado permanente, un tercer grado que impide que la clase periodística de esta región tenga unos mínimos aceptables (y que me perdone quien honrado se considere en cuanto a valores deontológicos y morales) porque en dieciséis años sólo he visto redactar notas de prensa y ninguna investigación que no tuviera como objetivo desacreditar a quien no está en el poder (político y económico) desacreditar con palabrería hueca y decidida a quienes son marionetas de esos poderes por un "puñao de perras" (como he escuchado decir a algún empresario), capaces de chuparla mejor que profesionales de la chupaduría-. Permítanme decir que he tenido que comprobar cómo el nepotismo ha llegado hasta consecuencias extremas en esta región sin que nadie haga nada por remediarlo y he visto la labor de increíble trabajo  de un profesional universitario, los frutos obtenidos delegados en el sobrino o hijo de alguien, con el beneplácito del alguien y de quienes rodean al alguien sin el más mínimo ejercicio crítico, más bien todo lo contrario con pleitesía servil a viejas glorias del franquismo que todavía siguen opinando en tertulias rediofónicas sin apearse de sus pensamientos de adictos al régimen, por cierto, que tanta popularidad empieza a tener cuarenta años después de su "discutible" (con más razón ahora que nunca) final. 




No confundan todas estas frases que anteceden mi discurso con inquina, con rabia o con una palabra que no me sale pero que seguro es la más adecuada para expresarlo, no. ¿Alguien sabe qué es la libertad? ¿Hacer real el principio que expresa sus convicciones y sus propuestas en orden a una ética concreta y al respeto máximo hacia las personas, al margen de una dictadura de los medios y de lo políticamente correcto? Pues ésa es mi guía, la de sentirme libre para decir y exponer lo que quiera con la garantía de saber que puedo hacerlo y sin miedo a las consecuencias (más de uno, o una, resoplará diciendo: ¡Vaya berenjenal en el que se está metiendo! No. Las berenjenas son muy visibles y muy duraderas; uno tiene que saber cómo y cuándo se cogen, cómo cortar el tallo para que amarguen lo menos posible y qué platos preparar con su carne), conocer qué penalidades produce el sistema y "cuan" solo se haya uno en esta elección. 

De vuelta a lo de mirar fotos de un pasado lejano o cercano, según se establezca, he de reconocer que cada momento retratado es único y daría para descripciones de enorme pulcritud intelectual y de infinitas consideraciones sobre el tiempo o el momento, el lugar, las mujeres, los hombres, el ambiente, los rostros y aquello que esconden, también qué reflejan; las miradas veladas y las miradas que se ocultan, la interpretación del propósito, la genialidad de la exposición, el verdadero camino seguido entre ésta y cualquier otra entre los cientos de álbumes que guardo con celo infantil.


Alejandro Lorente y Alberto Frutos. Dos Titanes cuyo duelo siempre significó: queja envuelta en esperanza.
Mis percepciones no están siempre ubicadas en un espacio-tiempo, al menos, no las sensaciones que deja el recuerdo de esa imagen, que me ayuda a olvidar cuanto ocurrió ese día y sí me permite recordar su valía simbólica. ¿No les parece la imagen teatralizada? Realmente, ese pulso es ficticio. No se pueden acariciar las manos en una supuesta lucha y los dedos y metacarpos no revelar tensión alguna, igual que los rostros de los protagonistas impresionados. Ambos son rostros ajenos a la tensión externa y sí a la interna, cada uno guarda en su mirada un arsenal de perfectos ataques que no se corresponde con la torsión que cabría esperar del espíritu, y sin embargo, aquello que reproduce la imagen visual, se encuentra a años luz a la imagen sonora que ambos dejaron de este momento único: un "Duelo de Titanes" que amenizaba cualquier cama, cualquier coche, cualquier lugar en el que fueran captadas esas ondas sonoras transportadoras de simpatía, erudición, trabajo, altruismo, concordia, positividad (dentro de un clima de queja constante, eso sí). 
La imagen fotográfica revela a dos seres inmersos en sí mismos y ajenos en todas sus facetas a cualquier cosa que pueda llamarse lucha. Ambos mantienen el "órdago" en el más íntimo secreto, sus rostros, lejos de convertirse en impenetrables invitan a extraer de sus facciones y disposición enseñanzas sobre la personalidad de los protagonistas. A simple vista y sin conocer la imagen sonora ofrecen una caricatura de sosos, es verdad, sin embargo nunca lo fueron, todo lo contrario. Son dos rostros que deberían decir mucho en el futuro porque son miradas limpias las que enfrentan: uno a la lejanía y otro a lo más cercano, como una especie de simbólica actitud de sus retos profesionales. Ambas imágenes (por separado) están envueltas en ese carácter "aurático" que "Benjamin" exculpaba a toda fotografía que no mirase a los ojos del espectador: ambos rompen esa teoría en pedazos, en espejo de múltiples dimensiones que algún día permitirá que resuenen con la magia y el poder de que son capaces. Y qué decir de la suerte. ¿Está siempre con quien más la merece o más la necesita? Esa es  una pregunta de complicada, difícil y baladí respuesta. 

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