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lunes, 23 de enero de 2012

GRAVES CARENCIAS INTELECTUALES

Es, realmente, doloroso comprobar como uno no posee en su haber de citas las de grandes pensadores  y grandes hombres de la cultura y el intelecto. Para mí, las más cercanas y apropiadas a mi estilo de vida son esos dichos populares que tanto quiero y que tanto me han hecho reír siempre. Un día, mi padre me dijo: "no hagas caso a medios días habiendo días enteros" y me pasé una semana reflexionando sobre ello. Ahí descubrí la importancia que tiene la paciencia y la esperanza en recabar todas las opciones para discutir con alguien o sobre algo. Luego, aprendí algunos de los métodos usados para la elaboración de un artículo periodístico o las fórmulas imprescindibles para encajar un esquema  del tipo que sea, una investigación sobre obras de arte, sobre conceptos, incluso saber aplicar un cierto estilo a los resultados de esa propuesta intelectual. En fin, los años te llevan a aprender un poquito más cada día en relación con las teorías, las metodologías, y todas las "ias" que le acompañan a uno las 24 horas al día de su vida. Mi mayor admiración hacia los demás siempre ha sido la inteligencia, aunque no vaya acompañada de ese humanismo instituido en la enseñanza de la que fui partícipe. Siempre recuerdo la cara de una profesora de historia del arte cuando me atreví con diecisiete años a plantear desde fuera una situación personal que ella estaba viviendo y que la dejó completamente desubicada y pensativa. No sé si fue determinante para ella, pero estoy convencido de que aquello le produjo un estigma que aún recuerda. Revivo, también,  el odio de un señor que se quedó parapetado ante una realidad que no quería reconocer y que le planteé con dos frases lapidarias: no se puede vivir de la mentira y pasar la vida simulando que es una verdad creíble. Como digo siempre admiro la inteligencia y, lógicamente, hay muchos tipos de inteligencia. Los encuentros con la inteligencia que me desborda los llevo mal, aún cuando intento subirme a esa escalera de la que hablaba el profesor Francisco Jarauta hace muchos años: me ha sido imposible, por una razón básica, mi incapacidad,  pero mi incapacidad no a sustentar ideológicamente una serie de conceptos intelectuales muy elaborados y constitutivos de "paradgamas" en el conocimiento o en cualquier otro ámbito, simplemente mi incapacidad nace a sustraerme a todo lo que es humano. No puedo pensar en el arte suntuario, en golletes, besalibros, y tabernáculos sabiendo que alguien a quien quiero  le fallan las fuerzas, y le fallan en lo esencial para moverse por el mundo, tampoco puedo quedarme frío y concentrado en la teoría del conocimiento que propone Cassirer cuando me entero de que alguien tiene miedo por un resultado adverso en una citología.  Es muy complicado tener  esa doble capacidad que tanto admiro y que no poseo. Y mira que estoy acostumbrado a elevar siempre una sonrisa cuando me dirijo a un público que nada debe y tiene que saber sobre mi día a día.  Pero hay algo peor, algo que carcome mi alma: ser obligadamente hipócrita, y no me queda otra, porque de ello depende que mi mundo sea el que es; sin embargo, es muy duro poner buena cara a alguien que desestima constantemente tus capacidades profesionales cuando sabes a ciencia cierta que en ese capítulo personal que se llama honestidad, no te llega ni a a la punta del zapato, (siempre me ha gustado esa expresión) porque ha sido capaz de alterar contratos con los que enriquecerse de una forma fraudulenta. Mucho menos, tener que dar los buenos días a quien te detesta y lo demuestra siempre que puede acompañado de su institucional cargo  y su vanidad; también tener que ser cordial con quien sabes que te profesa una envidia manifiesta. Es como convertirte en un ser primario, básico, al que le importan las personas que le importan ( y aunque es redundante, es la mejor forma de expresarlo) pero que detesta los inoportunos y queridísimos "paripés" que tanto proliferan en nuestro previsto e hipócrita concierto social.

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