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lunes, 16 de abril de 2012

CUESTA CREER AQUELLO QUE NO VIVES FÍSICAMENTE

Ya anticipo que no voy a conseguir explicar en estas líneas aquello que me ha llevado a escribirlas, pero tengo que intentarlo. Hace tres semanas se me murió un amigo. Dicho así, me pregunto ¿cómo lo interpretarán quienes saben que son mis amigos? He lamido mis heridas porque eran heridas del pasado y de la más absoluta lejanía, sin embargo, como ya escribí anteriormente, eso no le aleja de una gran popularidad en mi corazón. La complicidad es única cuando se produce y, certera, si se tiene con alguien que maneja las ideas por caminos paralelos a los tuyos y ve las cosas con una profundidad que tú no alcanzas y, al tiempo, las expone con una sencillez que tú no posees.  Durante muchos años, y bien es verdad que, intermiténtemente, hemos pasado muchas horas charlando, compartiendo opiniones o debatiéndolas hasta la extenuación o la locura o la risa. Ese amigo que se me ha muerto (y  me recuerdo ahora mismo encarnado en un personaje de esa maravilla cinematográfica y película de culto que es "Amanece que no es poco") era tan buen amigo que sólo quiso que supiera de sus grandezas como persona y poco de su situación personal, en aquello que a salud se refiere. Sabía lo que uno debe saber y poco más. Ya escribí, en un texto dirigido a recordar su bondad personal hacia los demás que jamás tuve el placer de chocar su mano o darle un abrazo, ni siquiera eso tan importante para todos los humanos que es escrutar los ojos de quien tienes enfrente para hacer un análisis exhaustivo e incógnito de quien tienes delante. Lo cierto es, que cuando algo ocurre, no ocurre porque sí, sino porque tiene que ocurrir (ya sé que es una frase con poco sentido, o muchos, por su parecido con esos dichos orientales) ya que como si de una señal se tratara percibí de forma inconsciente algo extraño en la forma de expresarse de Ricardo: un escultor extraordinario que ha perdido el mundo del arte, capaz de cualquier imposible; un soñador con los pies enfangados de realidad y de demasiado dolor contenido a lo largo de los años. Sigo obsesionado con aquella primera imagen de un hombre alegre que hace una carrera entre lo imposible y el esfuerzo más atroz para acabar, después de luchar durante muchos años con una enfermedad, un cáncer, arrollado por una moto, destrozado por el impacto brutal de unos hierros a una velocidad inadecuada. ¿Qué ocurre con la sensación de orfandad que te acude? ¿Qué ocurre con el destrozo producido en tu alma y en la de quienes le han querido? Decía Borges (que no es santo de mi devoción) que "el destino es nuestro desconocimiento de la complicada maquinaria de la causalidad", y visto de la manera en la que sigo viendo el cuerpo inerte de alguien a quien no conocí físicamente jamás, tengo que pensar que es posible que así sea, sobre todo en este caso. Amigo Ricardo sigo pensando que nuestro reencuentro fue una intencionada despedida. Sigo pensando que en esa magnífica frase, que tantas veces he pronunciado, jactándome de ser afortunado por conocer a la gente más singular y extraordinaria que se ha puesto en mi camino, algo falla, algo falla, si tan gran premio va seguido de tan intenso dolor. Encima, un dolor que no puedes compartir porque la gente que te rodea no puede entender que tengas una amistad de quince años con alguien a quien no conoces físicamente, ni conoces sus pormenores vitales, salvo aquellos que son los lógicos de la charla entre dos desconocidos que acercan opiniones y que  se acercan, como suele ocurrir siempre en las amistades más sanas, en dar a conocer más la visión que uno tiene de sí mismo que la imagen distorsionada que la realidad produce  en quienes sólo  merodean a tu alrededor, sin más. Yo llevo muy mal los duelos. La muerte de mi compañero de once años, Brisa, mi mejor todo, a pesar de ser un pastor alemán, rompió mi estabilidad emocional de una manera que nunca creí posible en un tipo tan duro como yo, pero lo hizo, destrozó ese pequeño equilibrio que uno posee y que tanto cuesta mantener. Nada lo había roto desde hacía once años, a pesar de las muchas peripecias vitales que llevo afrontadas. Y qué casualidad que mis ultimas palabras escritas en un mensaje a Ricardo, fueran comunicarle la muerte de mi inseparable amigo.  Conocer a Ricardo ha sido un privilegio y quiero compartir con todo el mundo sus últimas palabras hacia mí porque creo que definen la armoniosa construcción que de sí mismo hizo.


"yo sigo en México, vivo y trabajo acá. produciendo proyectos de escultura, vaya, lo mio. como todo con altas muy altas y bajas muy en picada a veces; pero estoy bien, la salud regresó, éso es privilegio, pocas cosas regresan en la vida. vivo contento, [....] todo  en este presente está caminando y eso en sí mismo es mucho."

Ricardo, sigo echando de menos nuestras charlas , nunca me he reído con nadie  tanto como contigo 


2 comentarios:

  1. tuve la fortuna de conocer a Ricardo Graciano, el dia de que supe de su partida, esa noche donde la oscuridad de ella misma se adentro en mi corazón.. sintiendo un vacio..por la forma absurda de su muerte un ser humano extraordinario que no vei emposibles; Recuerdo que en el hospital me dijo Manuel: el cancer se va a ir de mi vida.. asi sucedio.. Con el gran privilegio de haber compartido el espacio (su vida) de un gran ARTISTA RICARDO GRACIANO.......te llevo en el corazón.

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  2. Cómo digo, nadie sabe cuanto lamento la muerte de Ricardo, porque nadie de mis alrededores conocía su existencia y parece que cuando uno no comparte su dolor, el dolor es dolor baldío. Siento mucho el dolor que padeces, MAN. Muchos días me levanto con la ilusión de que todo haya sido un mal sueño, aunque la realidad se hace muy persistente, ¿si es que ésto es realidad?.m Te deseo la mejor de las suertes y convive con los recuerdos de Ricardo, ellos te harán más fuerte.

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