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martes, 7 de febrero de 2012

EL TÍTULO DE ESTA ENTRADA DEBERÍA SER: HIJOS DE PUTA, PERO POR DECENCIA ELEGID CUALQUIER OTRO.

Tengo que contar hasta 10 cada vez que pienso en una frase para escribir en esta defensa a ultranza de un defenestrado, malogrado y muerto en vida: Alan Turing.  No hace mucho tiempo que conozco esta historia que me fue revelada, como a millones de espectadores por un físico teórico de gran prestigio a través de un documental excepcional sobre la historia de la ciencia y en concreto la historia del átomo: Jim Al Khalili. Sé que existen injusticias, que ocurren en cantidades millonarias cada minuto, tantas como muertes se producen por hambre o cualquier otro motivo ajeno a la voluntad de vivir de alguien. Sé que el universo no es justo y que el ser humano pese a esa categorización ética  asumida en su pacto social, lo sea mínimamente. Sé que todo cuanto diga puede ser contradicho con argumentos jurídicos de primer orden y segunda categoría y tercer grado por cualquier conocedor de esa maquinaria de justificar embustes que es la ¨Justicia", con mayúsculas y con minúsculas. Sé que la propia evolución adolece del egoísmo como imprescindible para la supervivencia de la especie y sé algunas cosas más. La verdad, me gustaría saber mucho más, muchísimo, infinitamente más, pero esto es lo que hay. Hoy, cuando he vuelto a leer que Alan Turing: sigue siendo considerado culpable de ser homosexual y sigue siendo culpable de suicidarse por la ingestión de hormonas, a la que le obligó un juez, para curar su homosexualidad; sigue siendo culpable, después de salvar miles de vidas, millones de vidas, al desentrañar el sistema de codificación nazi "Enigma", de ser homosexual en una época en la que estaba penado serlo; sigue siendo culpable, no inocente, de aquello que le sumió en una depresión que le llevó a la muerte, al suicidio, después de ser uno de los creadores matemáticos más lúcidos de la historia, un cerebro grandioso que podría habernos dado, probablemente, enormes aportaciones a la ciencia y a la informática. De hecho, con 40 años había hecho honores  suficientes para recibir un premio Nobel, pero no, tuvo ese maldito día que ir a a denunciar ante la policía un robo en su casa cometido por un  amigo de su amante, tuvo que confesar que era homosexual, como si eso significara algo distinto de lo que es: preferir el placer sexual con hombres, y encontrarse, ¡oh cielos! con que le aplican las mismas leyes que ya defenestraran 50 años antes a Oscar Wilde; le acusaran de "sodomía" -terrible pecado donde los haya (pero de hipocresía por calificarlo como tal)- y tener que someterse, gracias al curioso capricho de un juez, a una ingesta de estrógenos que bajara su líbido y le hinchara los pechos y le hiciera engordar más y más kilos, y por fin le condujera a la más absoluta de las debacles: la muerte -y por suicidio, nada menos-. Todo eso, sin entrar en los detalles, sin parodiar a la justicia inglesa y a la cámara de los  lores, sin dar a conocer las palabras de Turing, sin ofrecer detalles sobre las múltiples peticiones de perdón póstumo solicitadas, nos encontramos que el mismo parlamento vuelve a denegárselo por enésima vez. Es decir, Alan Turing es un "maldito maricón que no merece perdón", bien,  pues quienes se lo han denegado son unos malditos hijos de puta (creo que esto es punible) o como se diga técnicamente, que ya me he cansado de tanta hipocresía "facebookiana". Hoy tengo en mi memoria a toda la familia de Lord Mcnally, entre otros súbditos de su graciosa majestad.

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