Es la primera vez que me ha ocurrido. He bromeado bastante con mis amigos en esa situación tan excelsa de creer que uno tiene la razón, aunque encajando los golpes bajos a los que he estado expuesto en la batalla campal con un profesor de la Universidad de Murcia, crítico literario, que escribe en Ababol y no sé cuantas cosas más. A mí que me reciten el curriculum mientras se dirigen a mi persona me pone mucho, es como si de pronto te hicieran una exhibición de fuegos de artificio y quedaras deslumbrado. En este caso, la mala educación ha desmerecido cuanto pudiera tener de simpático o gracioso. Que te digan que eres un inculto un director de un programa de medio pelo, un genares y otras cosas más, hacía tiempo que no me lo decían a la cara en ese alarde de querer echar un pulso para nada, pero no me he amilanado y he sacado alguna que otra banderilla para lidiar con tan bravo ejemplar de argumentos falaces y palabras poco dignas de un lingüista o lo que sea. A mí siempre me ha gustado el buen rollo, nunca he tenido problemas con casi nadie que no haya querido tenerlos conmigo, pero si los ha buscado no me he quedado callado y he dicho cuanto creí que debía. Eso suele traer problemas. Ser "rabúo", como dicen en la huerta, y tanto molesta al crítico, exegeta o lingüista (no creo que alcance a ser las tres cosas) es como ser una bala sin destino, un apasionado viaje en el que el mismo roce del aire te calienta y convierte en polvorilla y antes del impacto final te envuelves en movimiento y dedicas el mejor de los golpes para terminar a gusto, como tiene que ser.
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