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martes, 11 de febrero de 2014

¿QUIÉN MIDE LA AMARGURA? ¿QUIÉN LA DETENTA O QUIÉN LA PROVOCA?

Sencillamente no lo sé ni lo sabré nunca. Ahora bien, en un escenario hipotético de interpretación de realidades concretas y cotidianas llama la atención que nadie sienta responsabilidad sobre la causa del dolor ajeno. El dolor y el amor son infinitos, aunque también infinita es la indiferencia, esconder la cabeza y convertirte en carne ajena al mal causado. Me hace rabiar sentirme víctima de nadie o nada, pero lo soy: soy victima de una injusticia, soy victima del dolor causado por una muerte fortuita y soy, ahora mismo, hoy mismo, en esta hora y este minuto, víctima de cualquier conjugación de los astros, caprichosa venganza del tiempo o quien sabe qué extraña pócima envenenadora del alma. Hoy me siento más fuerte que ayer y que antes de ayer, pese a ser más víctima de las circunstancias, las malas acciones (egoístas y aberrantes, siempre perdonadas) de unos cuantos, no sé si muchos o pocos que son capaces de decidir sobre la ilusión ajena, sobre la vida de los demás con un derecho que casi siempre viene iluminado de algún cielo mentiroso y lleno de falaces historias con las que atontar a quienes prefieren la sumisión a sentir el orgullo de no darse por vencidos.

Durante el último año he sido "victima" de múltiples desprecios: el más doloroso fue el causado por la dirección de Onda Regional de Murcia cuando me condenaba a una perpetua sensación de inutilidad sin merecerlo, y no solo a sabiendas, también con la certera percepción de acallar una voz que siempre se ha sentido libre (puede que desde la ignorancia, pero libre). No solo la dirección, cuánto daño puede hacer algún compañero venido a más por nepotismo y conocedor de documentación que los británicos han dado en llamar "black mail", o por el "enchufismo" baboso de quien se sabe protegido con saber bailar al son  que le dictan y hacerlo con galanura, también ejercitando una voluble calidad ética, difamando a compañeros a los que se muestra como amigo y, sin embargo, son usados sino como pequeñas monedas de cambio en sus planes de ascenso periodístico -en un momento en el que el todo vale en la profesión- en un devenir que está (perdón por la redundancia) validado por una constante sangría de despidos, más o menos justificados, presiones que llevan a la calle a gente que asume el rol de periodista y que pocas veces lo es cuando realmente tiene que serlo, aunque nunca confundamos la profesión con una gestión ética más o menos acorde a ciertos preceptos de justicia. No hace mucho leí una frase de Azorín que señalaba que "la justicia era menos perseguir el cumplimiento de la ley que remediar injusticias", y la verdad sea dicha, a esa frase el tiempo le ha sentado muy mal, tan mal como sienta ver que tras dos años de reforma laboral la sangría en el empleo es brutal y nadie se queja, o asistir con ceguera, sordera y sin manos a cuantas anomalías detecta la obedecible, deducible e indecible justicia. Aunque el gran mal que nos aqueja, no es la injusta forma de impartirla sino la impunidad con la que una y otra y un millón de veces se demuestra que es todo más ideológico, interpretable para unos que para otros y, por supuesto, cambiante en función del número de responsabilidades estatales que uno tenga; a veces ni eso, tan sólo depende de quien sea tu padrino, tu apoderado en la sombra, tu amigo del alma en la intimidad.  La absurda comparecencia de la realeza en un juzgado no contrasta con la suspensión de un juez por esclarecer un delito, mucho menos apartarlo de la carrera judicial tras convertirse en una especie de mosca "cojonera" para un tinglado que día a día permite ver mejor su fisonomía y sin embargo, terminará siendo una noticia pasada y que hastía hasta quien la intenta seguir en los medios de comunicación más o menos libres que nacen a la sombra de los centros de poder, de los bancos y de las corporaciones con intereses no solo mediáticos también financieros.  Ya ven que pongo pocos, muy pocos nombres propios, y no lo hago por falta de ganas, sólo por prudencia, la misma que desdeña la clase política, (espero que no sea el ejemplo a seguir por todos y cada uno de nosotros infinitamente) o la clase judicial. No entiendo que se hable de renovación en una pocilga de servidumbre sin igual en Europa. No entiendo que se mencione la renovación de las instituciones sangrando la realidad a cada momento para convertirla en un imposible metafísico. Nadie debería poner una palabra en su boca sin meditar mil veces antes qué es lo que dice, por qué lo dice y a quién lo dice, antes que decirlo por decirlo y sin salpicar de deshonor toda una actividad que la población española acogió como un acto de fe, una creencia infinita en la prosperidad comunal que marcaría para un todos, ahora convertida en unos pocos. Las insignias mafiosas de los poderes fácticos, las mentiras convertidas en medias verdades y las medias verdades en verdades no cumplidas. El alterado lenguaje, con el trastorno típico de quien desde un "sermonero" o púlpito prosigue inventando lenguaje eufemístico y reciclando la realidad en función de unos intereses bastardos nos convertirá, finalmente, en repugnantes ciudadanos capaces  de cualquier cosa y lo contrario. 

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